Como Hacer Que Se Eche Una Gallina Fina

Escuché el viento y supe que una racha al azar podía apagar aquella llama. Los perros y los gatos no tenían intención de abandonar el calor de la cocina. Yo no me atreví a salir al monte, con o sin escopeta. El día en que se fueron mis progenitores no estuvo tan mal. Cubierta en suéteres y mantas, yací en mi cama boca abajo, leyendo, y ocasionalmente iba a comprobar la débil llama.

Dejarle huevos en el ponedero posibilita que enclueque antes. Tambien te comento que en tu respusta dice que necesita gallo para que entre en cluequera y ami me ha pasado que entren sin tener gallo , eso si entonces le cambie los huevos. 18 días después, los polluelos empezarán a romper la cáscara. Es posible que tu gallina cacaree para animar a los polluelos a salir. A un pollito le llevará unos 3 días salir completamente fuera de la cáscara. Deja de ofrecer la vuelta a los huevos en el momento en que falten unos tres días para la eclosión.

A su debido tiempo, los resplandecientes huevos blancos darían lugar a Leghorns blancas, y los cobrizos enormes a las Rhode Island coloradas y las Australorp, mientras que los beiges y crema a una raza jaspeada cuyo nombre no logro rememorar. Isaac era el joven de cocina (todos eran «jóvenes», aun en el momento en que eran jubilados), y si bien no «diera la talla» en aquella situación, ¿quién podía culparlo? seguramente la incubadora la había improvisado un carpintero de la zona.

Y solamente conseguía sostenerme lúcida, de tanto frío como hacía. Isaac me trajo el té de la mañana como es costumbre. Mediante la puerta de la cocina lo vi sentado, tan arrimado a la estufa como podía, con un remolino de perros y gatos en torno a sus pies. En el momento en que le solicité que repusiera el keroseno, vino con una manta echada a los hombros. Dejé que mi mano avanzara sutilmente por la primera hilera de huevos, y ahora los rocié con agua tibia y deseé que la incubadora fuera la vieja gallina, con la calidez de sus plumas.

Y yo apenas me movía de mi puesto, en cuclillas frente al nido. Y por fin, cuando me acerqué un huevo al oído, escuché el enclenque pic-pic del polluelo en el interior. En la superficie lisa del huevo afloraron unos añicos de cáscara. Por allí aparecería primero un agujero y después el pico del polluelo, cubierto por el tegumento que le permitía arremeter contra la gruesa cáscara, pic-pic.

La gallina girará el huevo a lo largo de la incubación periódicamente para asegurarse de que el feto no se queda atascado en la membrana de la cáscara, de que los gases se mueven y de que la temperatura se distribuye uniformemente. La gallina se va a sentar sobre los huevos a lo largo de 21 días, solo dejará el nido a lo largo de períodos cortos de tiempo para comer, tomar y ofrecer una vuelta. Es una señal bastante atractiva que se debe al intento de la gallina por mostrar a los machos que ya no se encuentra receptiva.

¿Quizá me mencionó que me ocupara de la gallina clueca «de principio a fin» para enmendar mi frivolidad? El estrés puede perjudicar a las gallinas de tal manera que disminuirá la calidad y el número de huevos que ponen, hasta aun no poner ninguno. Es por este motivo esencial determinar el aspecto por el que las gallinas no se sienten a gusto en el gallinero e procurar corregirlo.

Si no pretendemos criar, o lo hacemos artificialmente con incubadoras, y no queremos que la gallina esté tanto tiempo sin poner huevos, podemos actuar para que cambie de estado y deje de estar clueca. Para esto, lo destacado es poner a la gallina en un espacio separada del resto, que no tenga nido y que esté bien ventilado. Ciertos criadores aun ponen un nido con cubitos de hielo a fin de que la gallina se enfríe y así interrumpa su estado de cloquera, aunque desde Finca Casarejo no somos incondicionales de esta práctica. Y al cabo de solamente tres días, los huevos de aquella torre comenzaron a abrirse y pequeños polluelos de horrible aspecto se desplomaban por todos lados, si bien al momento se secaban y se engallaban de lo hermoso. Tomaron agua con avidez antes que los metieran en cajas bien envueltas y los repartiesen por el veld entre los vecinos. La gallina clueca aceptó a veinticuatro expósitos y se comportó como si ella misma los hubiera empollado.

Era una caja grande con ciertos orificios horadados a la suerte en los lados. Dentro había hileras de huevos sobrepuestas, ocho docenas, en hueveras prestadas del almacén de la estación. Nuestras gallinas habían puesto cada uno de esos huevos, y habían sido examinados uno por uno a contraluz para comprobar su fertilidad. «No tenemos ganas huevos asados», bromeaba mi madre, bastante inquieta ya que mi padre, siempre miedoso del fuego bajo aquella desgalichada techumbre de paja, aseguraba que aquello podía ocasionar un incendio. La llama no había de ser mucho más que una lucecita enclenque y trémula, o de otra forma el sombrerete metálico se podía calentar en exceso. La incubadora se observaba todo el tiempo, y por la noche mi madre salía de su cuarto con sigilo y pasaba por el mío para proceder a comprobar la llama, que jamás debía apagarse.

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