El Canto De Las Aves Y El Murmullo Del Viento

Luchaba el sol, afanado, Con la turbia húmeda niebla, Y el fulgor tornasolado Cruzaba por el salón. El aire, en fuerzas cediendo, Brotó en ráfagas errantes, Y aun se le oía gimiendo Con menos airado son. Ver la atmósfera tocada Con turbio cendal de niebla, Sobre los campos posada, Interceptando el mirar; Y oír la racha intranquiliza Que al vendaval reemplaza, En la acerada veleta Sordamente rechinar.

el canto de las aves y el murmullo del viento

Todas y cada una emiten sonidos roncos, guturales, suspiros que surgen con esfuerzo desde el interior. Son las palomas y tórtolas, un grupo de aves que en nuestra fauna está realmente bien representado. Que vos merecéis los versos, Absolutamente nadie en la villa lo ignora; Y es tan claro por sabido, Que hasta dudarlo es lisonja. Que él la memoria merece, Tampoco hay a quien se oculte, Pues por triste y por apasionado Le recordamos en este momento. Y de este modo, entre los dos dividida La imaginación incierta, Los versos son para vos Si le prestáis la memoria; Lo que en vos merece el sexo, En él merece la sombra, Y lo que en vos la belleza, En él la tumba lo abona. Justo es, con los 2 comentando, Duden el muertoy la bella Si es cantar o si es lamento Lo que les cantan o lloran.

El Sonido De La Naturaleza

Los vencejos, como antes las currucas, acallan su voz, pero una vez pasada la oleada de estridencias continua con su llamada. La Administración del Ubicación requiere que esté registrado y se haya identificado para ver este foro. Y oíanse los cantares Del tosco templo vecino, En compases regulares Desvanecerse y medrar; Y el órgano y las campanas, Al roto soplo del viento, Ahora perdidas, ya cercanas, En él sus ecos balancear.

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Pero a par de los cipreses, Si nacen flores se agostan; Y donde los fallecidos charlan, Callar a los vivos toca. Que el recuerdo del que muere Mucho respetar importa, Que acaso para velarnos Quedó en la tierra su sombra. Y aunque indecisa mi pluma, Quizás dudando les enoja, Y deben llevar a cabo mis delirios Que de vergüenza me corra, Perdonadme si les confieso Que al contemplar estas hojas, Entre si llore o si cante Estoy dudando, señora.

El Día Sin Sol

Los causantes son nuestros vecinos vivos —especialmente aves e insectos—, pero asimismo el agua y el viento. Nosotros, en nuestros paseos por el campo, aspiramos torpemente a confundirnos con esa armonía natural, hasta que conseguimos apagarla. Paseando con el oído por las laurisilvas canarias podemos escuchar nuevos y apagados zureos. Como sus parientes peninsulares, ámbas palomas endémicas de las islas se manifiestan con discreción, pasan desapercibidas. El murmullo del viento, los crujidos de las ramas, esconden unas llamadas tan sutiles.

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La tórtola turca, llegada de manera natural, a mediados de los setenta, tiene una clara prioridad por las florestas en espacios urbanos. Extraña es la localidad ajardinada, el edificio o los tejados en los que no se escuche la voz de estas recién llegadas. La que canta aquí lo realiza en el patio de los Filósofos, en la Universidad de estilo renacentista de Alcalá de Henares.

«comunico, Más Que Nada, Lo Que Sé Que Siento, Lo Que Siento Que Sé»

Con el que a veces me agrada dormirme y dejar que la vida siga su tic tac. Sibelius revela una especial sensibilidad hacia la Naturaleza con su Canción de la tierra , inspirada en el folklore finlandés y con un mensaje poderosamente arraigado a la patria. Quedémonos con la parte efectiva de este mensaje, los beneficios que causa este improvisado concerto en nuestra mente. Varios compositores se han inspirado en él para hacer auténticas maravillas sonoras. No soy primatólogo; no conozco bien los significados de las voces de los chimpancés, con lo que no me atrevo a entrar en detalle. Pero creo que a todos nos resultarán de manera vaga familiares las entonaciones, la intención y hasta la ironía del catálogo de voces que desde la noche de los tiempos surge de las junglas del trópico de África.

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Y a fe que, libre y contento, A la lumbre de mi hoguera, Mientras bramaba el viento, Tranquilamente dormí; Y al despertar con el día, Contempló absorto y ufano La gruesa mampostería Que por alcoba elegí. Yo he visitado esos muros, El día de hoy trojes de rico noble, Y en sus salones obscuros Ancha hoguera levanté.Corrí llaves y cerrojos Como si de ellos dueño fuera, Y sus tablas y despojos Para alumbrarme quemé. Un niño, un triste o un loco, Que entretenido en sus penas, Curaba entonces muy poco De cuanto grande vivió. Su zureo es profundo, ahogado, como emitido con esfuerzo desde las profundidades de sus pulmones. Es tan sutil que solamente destaca sobre el concierto matinal de los pinares serranos del Guadarrama. Zurea una paloma torcaz, encaramada en la copa de un chopo en uno de los sotos del Tajo a su paso por Aranjuez.

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