El Filosofo Que Entendia A Las Aves

Un día ha dicho el conde a Patronio que deseaba bastante quedarse en una villa donde le tenían que dar bastante dinero, con el que esperaba conseguir enormes beneficios, pero que al mismo tiempo temía quedarse allí, ya que, entonces, correría peligro su vida. »En el momento en que el mercader oyó decir esto a su esposa, acordándose de que, al partir él, ella se encontraba encinta, entendió que aquel joven era su hijo. Me dijeron que hoy ha llegado una nave de las tierras a las que fue vuestro padre.

el filosofo que entendia a las aves

»Vos, señor Conde Lucanor, si queréis lograr la gracia de Dios y la buena popularidad en este mundo, haced buenas obras, que estén bien hechas, sin doblez ni hipocresía, y de todos y cada uno de los males de todo el mundo guardaos, sobre todo de la soberbia, y sed humilde sin falsa piedad ni simulaciones. Tened presente la humildad, pero guardando siempre el decoro propio de vuestro estado, de forma que seáis humilde, pero no humillado ni vejado por nadie. Los poderosos y soberbios no podrán hallar en vos humildad vergonzante ni apocamiento, y los que sean humildes frente vos siempre y en todo momento deberán encontraron lleno de humildad y de buenas obras. »Al oír Saladino semejantes causas, comprendió de qué forma aquella esposa, por su amabilidad y su sabiduría, había conocido evitar que cometiese una grave falta, y dio merced a Dios. Aunque el sultán la deseaba con mucha pasión, desde aquel momento la deseó mucho más, pero con cariño leal y verdadero, como debe ser el que profese un señor virtuoso para con sus vasallos.

La Creencia En Dios Proviene Del Inconsciente

»El pobre rey, en el momento en que se vio tan mal parado, no supo qué llevar a cabo y se fue a un hospital, donde estuvo muchos días para sanar sus lesiones. En el momento en que sentía apetito, se ponía a soliciar de casa en el hogar; las gentes se burlaban y mofaban de él, diciéndole que de qué manera, siendo el rey de aquellas tierras, era tan pobre. Como todos se lo decían y en tantas ocasiones se lo repitieron, él llegó a opinar que estaba desquiciado y que su disparidad lo había llevado a creerse rey.

»Al sobrino de Álvar Fáñez lo convencieron estas causas y entendió que, si doña Vascuñana era de tan buen juicio y buena intención, hacía bien su tío amándola y confiando en ella y realizando por ella cuanto hacía. Pero aguardaba de vos, que tanto tiempo habéis vivido en palacio, mayor cordura y sentido común, pues demostráis falta de juicio e incluso de vista si confundís yeguas con vacas. »Entonces Álvar Fáñez se asombró bastante y ha dicho a su sobrino que creía que había perdido el juicio, pues se encontraba clarísimo que aquellas eran potrancas. Después charló con la tercera, a la que dijo exactamente las mismas cosas que a sus hermanas. Como sabe que mi sarna no es como la suya, me afirma que me aplique el ungüento que se dió él, pues de esta manera yo no podré sanar; pero del otro ungüento, que es el mucho más indicado para mí, me afirma que no debo darme. Mas, por darle pesar, yo me untaré con él y, en el momento en que vuelva, me hallará sana.

La Creencia En Dios Viene Del Inconsciente

Desde aquel día de ahora en adelante, fue su mujer muy obediente y llevaron muy buena vida. Cuando aún era muy de mañana, los padres, madres y familiares se acercaron a la puerta y, como no se oía a absolutamente nadie, creyeron que el novio se encontraba muerto o gravemente herido. Viendo por entre las puertas a la novia y no al novio, su miedo se hizo muy grande. Cada vez que le mandaba alguna cosa, tan ferozmente se lo afirmaba y con tal voz que ella creía que su cabeza rodaría por el suelo.

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En el momento en que el escudero la supo, les dijo que, si su padre no podía proporcionarles la contestación, nadie podría llevarlo a cabo. »Al oír esto, se alegró mucho y les mencionó que, como volvía tan contento de cazar, deseaba hacer una fiesta; les solicitó que, ya que tan buenos juglares parecían, le acompañasen aquella noche. Le respondieron los tres que no podían detenerse, por el hecho de que hacía mucho tiempo que habían partido de su tierra para solucionar un enigma y que, como no lo conseguían, deseaban regresar cuanto antes, por lo que no podían quedarse con él aquella noche. »Sucedió que un día, andando por un camino con los dos juglares, se hallaron con un escudero que volvía de apresar y que había matado un ciervo. Este escudero se había casado poco hace un tiempo y su padre, que ya era muy adulto mayor, había sido el mejor caballero de aquellos contornos. Por la vejez no podía salir de casa, pero, aunque había perdido la vista, tenía una sabiduría tan experimentada y profunda que su ancianidad no era una carga para él.

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Como ciertos vieron a aquel joven ir y venir muchas veces con el saco a cuestas, al amparo de la noche, creyeron que sería él el asesino. »Un día, estando aquel mancebo con su padre, este le preguntó si había seguido sus consejos y si había ganado muchos amigos. El mancebo le respondió que tenía muchos y que, sobre todo, había diez de quienes podía garantizar que, ni por miedo a la misma muerte, lo abandonarían en un lance de peligro para él. »Y sucedió que el mercader partió por mar a lejanas tierras y, al partir, se encontraba su mujer preñada.

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Al conde le pareció este un asesoramiento, se guió por él y le dio excelente resultados. El conde vio que este ejemplo era bueno, obró según el consejo de Patronio y le fue realmente bien. »Al ver los suyos que al conde no le preocupaban ni el cansancio ni sus heridas por proteger su honra y su tierra, marcharon junto a él. »El mercader pensó que, comprando tales consejos, podría perder cuantas doblas tenía, con lo que no quiso proseguir oyendo al sabio, si bien retuvo el segundo consejo en lo mucho más profundo de su corazón. El gato prosiguió sin moverse, pues tampoco es práctica suya llevar el agua para las manos. Como no lo hacía, se levantó el mancebo, lo cogió por las patas y lo estrelló contra una pared, haciendo de él mucho más de cien pedazos y demostrando con él mayor ensañamiento que con el perro.

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